Y así es como de una vez por todas te das cuenta de que puedes dañar –sin ser dañado-. Ver las entrañas y tripas desparramadas, arropadas únicamente por el frio y el cansancio. Cansancio de despertar un día más, cansancio de tropezar con las mismas piedras, cansancio de dañar sin ser dañado.
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